Nuestro Arzobispo

Mons. Francisco Pérez González. Arzobispo de Pamplona -Tudela Director de Obras Misionales Pontificias en España

Monseñor Francisco Pérez González nació el 13 de enero de 1947 en Frandovínez, un pequeño pueblo de la provincia de Burgos situado a 14 kilómetros de la capital de la provincia castellana. Con apenas once años ingresó en el Seminario diocesano de San José de Burgos en 1958, donde estudió Humanidades, Filosofía y Teología. Después de casi quince años de formación fue ordenado sacerdote en la ciudad de Trento, al norte de Italia en 1973.

Arzobispo de Pamplona y Tudela:

El 31 de julio de 2007 es nombrado por Benedicto XVI Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela, en sustitución de monseñor Fernando Sebastián, que había regido estas diócesis desde 1993. Tomó posesión el domingo 30 de septiembre de 2007, en la Catedral de Pamplona. Tomó posesión el domingo, día 30 de septiembre de 2007, en la Santa Iglesia Catedral de Pamplona. El Santo Padre, Benedicto XVI, le impuso el Palio Arzobispal en la Solemnidad de San Pedro y San Pablo, en una misa solemne en la Basílica Vaticana, el día 29 de junio del año 2008.

El día 8 de abril del año 2011, cesa como Director Nacional de Obras Misionales Pontificias en España, cargo para el que fue nombrado por un periodo de cinco años y que, en 2006, había sido ratificado para otros cinco. Transcurrido este segundo periodo, es imposible una nueva reelección.

Nuestro arzobispo

MARÍA EN EL MISTERIO DEL DOLOR REDENTOR

Agradezco a la Hermandad de Paz y Caridad y a todos los fieles que acuden a la Virgen Dolorosa, que se encuentra en la pequeña capilla de San Lorenzo. Muchos se acercan a los pies de la Dolorosa para expresarla sus inquietudes, dolores y sufrimientos y encontrando en Ella consuelo, fortaleza y paz en el corazón. A la Hermandad un reconocimiento de modo especial por ser los portadores de la misma imagen de La Dolorosa desde los comienzos. La Virgen participa plenamente en el misterio y ‘Evangelio del dolor’. Al aceptar la maternidad divina, por la asociación plena a Cristo, su Hijo, y a su obra, se hace responsable de cuanto la voluntad divina amorosa la envíe. Ella predica el ‘Evangelio de la obediencia’ en el grado más perfecto. Viaja a Belén para cumplir una orden, «un edicto del César Augusto para que se empadrone todo el mundo» (Le 2, 1). Presenta a Jesús en el templo para cumplir la ley de Moisés (Le 2, 22-35). Simeón esperaba la salvación de Israel; sus ojos vieron al Salvador (v. 29), y también a su Madre, como colaboradora en la entrega de su Hijo, a quien anuncia que su Hijo será «blanco de contradicción y que una espada atravesará su alma» (v. 34s).